Marta Lorca
CERAMISTA
Parece que Marta Lorca y CASA LAMAR estuvieran destinados a encontrarse. En su discurso, en su obra, nos reconocemos, nos proyectamos, nos enriquecemos. Su entendimiento de la materia, su juego constante con las posibilidades de la forma y ese terreno fronterizo que habita entre lo artístico y lo artesanal, es el espacio natural sobre el que gravita CASA LAMAR. Caminos destinados a transitarse juntos.
Marta Lorca (Madrid. 1968) sabe y siente lo que hace, también lo que dice. Su diálogo con la materia, la manera en que sus manos conversan con el barro y la forma y el color, cómo su mirada discurre, fluye, con la naturaleza y el paisaje, se expresan vivamente en la manera en que Marta habla sobre su proceso creativo.
“(…) Nunca sé si en eso que se mueve entre mis manos hay un alga, una flor o una columna. Es una búsqueda, pregunto al barro qué quiere ser. Paso horas en mi estudio esperando que cada pieza me conteste, me sorprenda; (…) Es fascinante cuando acepta quedarse, concediéndome, como si me entendiera. En ese diálogo tácito con la materia las obras se van definiendo”.
Ese conversar constante y creativo con las posibilidades de la naturaleza física ha llevado a Marta Lorca a participar en importantes proyectos en los que disciplinas, materiales y estéticas diversas se cruzan y se encuentran, se ligan y se funden, como en Queridas Viejas, un conjunto de platos con retratos de artistas del siglo XI a la actualidad junto a la artista plástica María Gimeno, así como sus obras expuestas en museos como el Thyssen Bornemisza o el mismísimo Palacio Real, sin olvidar la producción mundial de la vajilla de autor exclusiva para la cadena de restaurantes Salvaje presente en Madrid, Valencia, París, Caracas, Venezuela, Qatar, Marbella, Barcelona o Bogotá.
En CASA LAMAR nos encanta la vinculación que Marta siente con Cádiz y el sur, el poder que la luz y el mar tienen en su trabajo, nos emocionan sus creaciones que nos recuerdan a formas marinas, algas, rocas y cavidades que habitan la memoria. Sus piezas poseen una cualidad que pocas alcanzan: parecen estar hechas por ese sentido ancestral de la belleza con el que la naturaleza se expresa, ese diálogo primigenio, siempre nuevo y salvaje, entre materia y forma.